[Teatro] Cosa de hombres: Warnes, de Martín Urruty
Por Gabriela S de la Cruz
Warnes, escrita y dirigida por Martin Urruty, es una obra que nos invita a reflexionar sobre la condición masculina. La construcción de la masculinidad es un proceso social mediante el cual los hombres aprenden, asimilan, se les imponen o rechazan ciertas conductas de acuerdo con lo que se espera sea su rol en la sociedad. Como dice el tango Macho y varón de Jorge Sobral: “A mí me dicen el macho/por mi fama de pesado/por mi pinta por mi escracho/por las piñas que he dado/soy macho cuando se cuadra/soy hombre en toda ocasión”. El universo masculino construye sus propios mitos y allí los héroes son hombres con conductas de hombres.
La acción se desarrolla dentro de un taller mecánico con el fin de investigar ese mundo ‘viril’: el templo del macho. Tres mecánicos – el Vikingo, el Loro y el Bocha- llevan a cabo un último banquete de agasajo (retomando del Fedón la reunión de los discípulos en pos de la muerte del maestro) a su -en apariencia- intachable mentor Clausen, quien viejo y enfermo decide poner punto final a su vida arrojándose en bote por las cataratas del Iguazú. Para tal cometido, les encomienda a sus pupilos que le construyan un motor. Con la llegada de Clausen a Buenos Aires -al taller de la avenida Warnes para despedirse de sus alumnos y llevarse el motor- y junto a él la de su nuevo, joven e ingenuo protegido, se desata el verdadero conflicto. En ese reencuentro (un intento de ahuyentar a la muerte) la fiesta, la música y el alcohol hacen caer las máscaras y con la desinhibición se empiezan a escuchar los reproches dirigidos hacia el maestro.
La obra plantea la idea de que la sensibilidad es patrimonio de la mujer. Basta escuchar las palabras que el Loro le dice al Bocha respecto de su situación personal, palabras que nos recuerdan a las de la letra del tango Tomo y obligo “fuerza, canejo, sufra y no llore que un hombre macho no debe llorar”. Los varones sufren y que no tienen el permiso interno a expresarlo por un mandato cultural y educacional, la pasan mal. Se recienten, endurecen, reprimen. Los protagonistas usan una fiesta y el alcohol para feminizarse y abrirse a lo que sienten. La guirnalda (con corazoncitos rojos) atravesando el espacio es el primer indicio de los desvíos. Los roles antes esquemáticos y rígidos pueden flexibilizarse, dando lugar a un nuevo modelo masculino, más sensible. Los hombres bajo el estado de ebriedad pueden sentir y trasmitir sus aspectos más frágiles. Al darle un lugar a la sensibilidad, se otorga la posibilidad de reducir las exigencias que lo ataban a la dureza en cuanto a los afectos. La música, particularmente la canción de Soda Stereo, entonada a coro con corpiño, labial rojo y burbujas que inundan el espacio escénico, funciona como un modo de hacerles decir lo que ellos (los hombres) no pueden decirse. Son tipos ‘rudos’ pidiendo ser tratados suavemente.